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A los 74 años, murió el escritor uruguayo Enrique Estrázulas
incursionó en la poesía, en el cuento, la novela y la dramaturgia. También fue funcionario diplomático y un intelectual con gran sentido del humor
A los 74 años murió el escritor uruguayo Enrique Estrázulas, autor de la novela "Pepe Corvina" (1974) entre otras obras, informa Montevideo Portal.
El velatorio se está desarrollando en la Empresa Martinelli y el sepelio tendrá lugar desde las 15 en el Cementerio Central.
Dueño de una charla magnética, repleta de anécdotas, fue diplomático en varias oportunidades. En Buenos Aires y La Habana, entre otros destinos, fue agregado cultural.
Publicó seis libros de poesía, ocho novelas, cinco libros de relatos. También fue dramaturgo. En 1998, se estrenó en Buenos Aires su obra de teatro Borges y Perón: Entrevista secreta.
Sus obras fueron traducidas al francés, inglés, griego, alemán y portugués. Sus relatos recibieron elogios de consagrados como Julio Cortázar, Juan Rulfo y Juan Carlos Onetti.
Sobre un poema de Estrázulas titulado "Carta a mi padre", Zitarrosa cantó "Explicación de mi amor" dedicada a su propio padre. Como se sabe, el cantante, quien lo abandonó y le negó su apellido.
Su última novela fue "El sueño del ladrón", publicada en 2013. pero antes que nada él se consideraba poeta.
EL SÓTANO.
El avinado corazón que abrigo
se me hinchaba en aquellas madrugadas
botellosas de junio; compañero
fue de la araña verde y la tranquila
humedad carbonera,
del olor del otoño y el gatuno
pasaje del invierno.
Entre silencios de madera y trapo
vivía la hormiga su rencor, vivían
los insectos su octubre
y se sentaba
nuestra fiebre a soñar
con todos ellos.
Ese escuálido pozo, ese pedazo
carcomido de tiempo,
fue mi hueco lunar
las ansias ocres
que tuve y que cedieron
y que tímidamente están debajo
de lo que fui y no fueron.
Todo hacia tí bajaba en los zapatos
todo contigo era
una substancia vaporosa y honda
calor, ceniza, témpera
arrugada de amor y de derrotas
que muerden y que elevan.
La Navidad te vio, te vio la noche
delgada de diciembre,
oíste el gallo lejos y el latosos
carnaval corralero
que sudaba en las rutas empedradas
de la costa sureña.
Y conociste el sol jugando a niño
a las lluvias primeras
que el árbol encogió en las madrugadas
rojizas, pajareras
de una infancia perdida en el camino
que deja un rastro apenas.
Usaste el corazón para dormirnos,
pulsó tu calavera
de pared descarnada la caricia
vaga, que a manos llenas
cayó cerca del ánimo ablandado
como una estrella.
Y el árbol tapó el mar raspando lunas,
y el viejo musgo ascético
volcó vino en la paz de las estatuas
roció el traje y las cejas
del vagador de la intemperie aguda
que tú reconocieras.
La vigilia llegó cuando me viste
partir en un bostezo,
amontonar faroles y equipajes
libros, muchachas, ecos
idos de los recuerdos solariegos
a cerrojo y silencio.
Un ácido distinto desde entonces
se estableció en la lengua,
vivió en la carne traspasando umbrales
oficinas, iglesias
como un vacío perforado y húmedo
de tu reminiscencia.
El futuro agredió con su picana,
sin lágrima y sin tregua
hubo que ser y que encogerse, hubo
que bajar la cabeza
y elegir en un mundo avecinado
entre el hacha y la cuerda.
Mas al cantar se canta lo perdido;
se le canta a la ausencia
de aquel vino apagado en los rincones
que mi sangre alimenta
y el corazón derrama en la saliva
de mi noche reseca.
Por eso una ranura en el pasado
y un tímido segundo de pureza,
me queda del rescoldo de la luna
brillándome en las venas,
que no saben gritar cuánto te he amado
sótano gris
poeta.
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